Muchos se dicen revolucionarios, y no dudo que realmente quieran la revolución, pero son de cartón. Espero no ofender al cartón, pues es un material muy útil si se le ve desde cierto punto de vista. Es el oro del cartonero, el abrigo del vagabundo, la protección del electrodoméstico recién comprado, la casa del que no tiene casa, el juguete de un niño creativo. Muy buen material, de eso no cabe duda, no obstante tiene un gran problema: se moja y se arruina. Llega la tormenta, la tempestad, el terremoto, el tsunami, maría música; el cartón se humedece y ya no sirve. Tenía todas las potencialidades para ser muy bueno, pero ante cualquier problemilla, ya no sirve.
No me gustan los revolucionarios de cartón, pueden tener buenas intenciones, pero la revolución está más en sus mentes que en sus corazones. Buscan siempre la forma de sacar el máximo provecho con el mínimo esfuerzo.
A mí me gustan los revolucionarios de cobre. Bendito mineral chileno, que es maleable por lo tanto que se puede modificar buscando la mejor estrategia para alcanzar su objetivo. Es un mineral consecuente, porque si bien puede moldearse según la ocasión, nunca deja de ser cobre y por lo tanto no pierde las propiedades por la cual fue hecho. El cobre tiene una gran conductancia, es capaz de llevar la energía a donde se le plazca.
El revolucionario de cobre es chileno, el revolucionario de cobre no deja de ser él, el revolucionario de cobre lleva la revolución de norte a sur, el revolucionario de cobre es consecuente porque piensa, actúa y siente en la misma dirección.
¡Ya NO necesitamos revolucionarios de cartón, nos urge revolucionarios de cobre!
“Yo lloré porque no tenía zapatos, hasta que vi un niño que no tenía pies”
(Frase del museo de Oswaldo Guayasamín, Quito-Ecuador)
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